La La Land es un maravilloso homenaje en el cine musical de la época dorada de Hollywood. La implacable ganadora de siete Globos de Oro, que ha arrasado ganando todos los premios gordos a que estaba nominada, parte de una premisa tan sencilla como efectista. Es la típica boy meets girl o girl meets boy que no por típica deja de ser efectiva ni cae en el porno casero. La La Land es una historia de amor universal ambientada a la ciudad de las estrellas.
Damien Chazelle (guionista y director de sólo 32 años!) nos recibe, sin tiempo para acomodarnos a la butaca, con un impresionante y energético número musical en una larga secuencia de música, baile y color que tiene como escenario la ya mítica y colapsada autopista de entrada a la ciudad de Los Ángeles. Y como toda buena película ambientada a la meca del cine, conocemos la pareja protagonista entrante a la ciudad de Los Angeles persiguiendo sus sueños.
Una auténtica obra de arte
La La Land es una película intemporal que mezcla modernidad y clasicismo en una perfecta simbiosis. Sólo una delicada línea separa el mundo onírico del real en medio de hipnóticos y largos planos secuencia, decorados magníficos, vestuario de luces y colores mezclado con la belleza y la nostalgia de las grandes coreografías del cine clásico de los cincuenta y sesenta. Mia representa la alegría de vivir. Es una urbanita soñadora, simpática y moderna que va perdiendo la ilusión mientras transita de audición en audición por toda la ciudad de Los Ángeles. En las escenas de Stone todo es luz, baile, desmesura y color. Por el contrario, Sebastian es un ser melancòlic, introvertido y perfeccionista que tiene un gran talento por la música pero que no consigue adaptarse a los cambios de la industria musical de los nuevos tiempos. En las escenas de Gosling hay un predominio del colores ocres y marrones que emulan el estilo retro del personaje que vive inmerso en la nostalgia de una época que en realidad no vivió nunca.
La química entre Gosling y Stone es impresionante. La pareja protagonista nos ofrece dos interpretaciones magnificas y sin ser actores de musical ambos están perfectamente imperfectos en cada número de baile. Ryan Gosling (que ha aprendido a tocar el piano para no tener que usar doble de manso) ni se despeina para actuar, tocar el piano, cantar y bailar, impone incluso un cierto aire de desgana como si lo dominara todo perfectamente sin hacer ningún esfuerzo. Y todo lo hace explotando, con estilo, su aura de galán del Hollywood clásico, mientras que Stone nos ofrece un recital de interpretación pasando de la delicada naturalidad a un dominio total de cada una de las emociones que nos transmiten los ojos más enormes de la industria del cine. La indudable química que desprenden los actores hará que te enamores inevitablemente de los dos.